UN MAESTRO EN LA PENUMBRA (1)

Con su memorable interpretación del viejo profesor Isak Borg en Fresas salvajes (Smultronstallet, Ingmar Bergman, 1957), Victor Sjöström se despidió del cine y tres años después, con ochenta y un años, de la vida. Y como Borg, el actor y director sueco, en su crepúsculo, debió rememorar cuando él y Mauritz Stiller (el otro gran maestro de su país y descubridor de Greta Garbo), fueron contratados en 1912 por el productor Charles Magnusson, uno de los pioneros de la industria cinematográfica sueca y fundador de la Svenka Biograhp. En esos momentos, Sjöström gozaba de una buena reputación como actor y director teatral. Stiller le dirige en varias películas junto a su segunda mujer Lily Bech, pero Sjöström siente el impulso de realizar cine, revelándose, junto a Griffith, como uno de los grandes innovadores del lenguaje cinematográfico, a pesar de que parte de su filmografía se ha perdido: de algo más de las cuarenta películas de su primera etapa en Suecia, apenas se conservan quince, y de las nueve que hizo en Hollywood han sobrevivido media docena, alguna de ellas en fragmentos.

La primera película que dirige Sjöström es Trädgardsmästaren (El jardinero, 1912), pero es en la séptima Ingeborg helm (Danos el pan de cada día, 1913), basada en la obra teatral de Nils Krook y que anteriormente había llevado al teatro, en la que empieza a dar muestras de su talento como realizador. En ella, aparece un rasgo que caracterizará parte de su obra: el hombre ante la inmensidad de la naturaleza. Además de la fuerte controversia que desató en su momento, el film obtuvo un notable éxito, incluso fuera de Suecia. Estos dos filmes anteriores junto con Havsgamar (Los buitres del mar, 1916), y Dödskyssen (El beso de la muerte, 1916), son los únicos que se conservan hasta Terje vigen (Érase una vez un hombre, 1917), su película numero treinta y uno que, inspirada en un poema épico de Ibsen, narra las vicisitudes de un humilde pescador noruego, interpretado por el propio Sjöström, tratando de sobrevivir, en a la grandeza del mar. Muchos han querido ver en ella el inicio de la época dorada del cine sueco.

Siempre el paisaje
Sin perder vigor creativo, rueda Tösen fran stormyrtorpet (La hija de la turbera, 1917), la primera de sus adaptaciones de las obras de Selma Lagerlöf, premio Nobel de Literatura en 1909. Se trata de un drama sobre una muchacha repudiada por tener un hijo ilegítimo, donde vuelve a cobrar gran importancia la presencia del paisaje. Con Berg-esvind och hans hustru (Los proscritos, 1918), Sjöström logra una de sus mejores películas, hoy en día todo un clásico, en la que la montaña es el escenario de la historia de amor entre un fugitivo y una campesina, protagonizados de nuevo por el propio director y Edith Erastoff, por aquel entonces su tercera mujer. Pero su proyecto más ambicioso es llevar a la pantalla la novela Jerusalén de Selma Largelöf, en varias películas: el ciclo se inicia con Ingmarssönerna (La voz de los antepasados, 1919) y continua con Karin Ingmarsdotter (1920), también interpretadas por el realizador, que narran la historia de una saga familiar. Pero su obra cumbre es Körkarlen (La carreta fantasma, 1921), en la que de nuevo adapta a Lagerlöf, quien a su vez se inspira de una leyenda popular: cuando una persona muere a las doce de la Nochevieja, se le aparece una carreta cuyo conductor es un difunto, al cual relevará hasta la Nochevieja siguiente. A lo largo del año, deberá continuar con la tarea de recoger muertos. Su enorme inventiva en el uso de los efectos especiales, como la sobreimpresión, pese a los rudimentarios recursos de la época, así como su belleza visual, obra del director de fotografía Julius Jaenzon, operador habitual de Sjöström, hacen de ella una película única en su genero. Sin llegar a alcanzar la calidad de la precedente, Sjöström aun dirigirá un par de dramas escritos en colaboración con el escritor Hjalmar Bergman como Vem dömer (La prueba del fuego, 1922) y Eld ombord (El bajel trágico, 1923), su ultima película antes de partir a Hollywood donde aún filmaría una nueva obra maestra: The wind (El viento, 1928).

Cuando vuelve a su Suecia natal, a finales de los años veinte, se encuentra con el panorama cinematográfico muy cambiado, y aunque llegó a realizar alguna película más, continuó con su carrera de actor. Y quizá, como el profesor Isak Borg, Sjöström soñó al final de su vida con la muerte, la misma que le visitó un tres de enero. Pero la carreta de los difuntos ya había pasado.

CARLOS TEJEDA
(1) Artículo publicado en el suplemento BLANCO Y NEGRO CULTURAL del diario ABC, nº 669, 20 de noviembre, de 2004, pp. 42-43.